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130km de Travesía en Kayak a Vela

  • revistalabotera
  • 30 ago 2020
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 12 sept 2020

Una forma que combina dos hermosas formas de surcar las aguas de nuestro Delta, por Adriana Buchelle


CAMPAMENTO 1

Baradero, alli voy, cruzando Capital Federal muy temprano de un jueves laborable para que el transito inesperado no me retenga en la ciudad de la furia. Al llegar al pueblo, dormido a esa hora de la mañana, junto al río Baradero, mi amigo Jimmy me está esperando, junto a otro compa del río, Max, que con facturas calentitas de la panadería del pueblo me dan a elegir y meto mano en esa bolsa de papel. Que satisfacción da ese momento en donde el mate ya corre y los entusiasmos de comenzar a navegar están a flor de piel.

Partimos, con viento a favor y corriente en contra con las velas tirando, que nos alivianan el trayecto. De un lado una barranca poblada, del otro una isla baja, inundable. A medida que avanzamos hacia San Pedro las barcazas de madera, las areneras y pequeños botes de isleños

van y vienen como despertándose sobre la autopista de agua. A lo lejos diviso Papel Prensa, para mi un lugar esperado por ver, ya que muchos años trabaje para una empresa forestadora del Delta, que enviábamos toneladas de rollizos hacia esa mole trituradora que hace el papel de diarios de la República Argentina. Miles de troncos de álamos y sauces, apilados, esperando su turno para transformarse, en cierta forma, en letras negras que vuelven a la tierra en manos de los hombres. Tomamos el Canal Ulloa antes de llegar a San pedro y allí aparece el Río Paraná, con un buque fondeado frente a la boca del canal, y miles de boyas rojas y verdes guiando el camino. Más tarde, por un brazo del Paraná rodeando la Isla San Pedro y en la margen en que vamos pegados, miles y miles de juncos se mueven al compás de las olas que nos reparan del viento que no para y se va poniendo en contra.


Ese día nuestro campamento nro. 1 fue allí, sobre el Paraná, en una pequeña playa de arena blanca, con arboles que nos protegían y felizmente un lindo pastito que la carpa nos agradeció.

Por la noche fue un ir y venir continuo de trafico de buques. Increíble para mis oídos ya que en zona La Plata los buques entran solo al puerto y otros fondean en Rada La Plata. No estoy acostumbrada a navegar entre buques y areneras que pasan por su autopista, como todopoderosos, controlándolo todo, como amos y señores de esa vía. Sus motores, en el silencio de la noche, se escuchan desde muy muy lejos y por la madrugada uno de ellos fondeo, escuchándose muy claramente el ruido de las cadenas correr.

Cada lugar tiene su pincelada de color, y eso es lo que hace que mi curiosidad me lleve a seguir cada día más.


POR LOS PAGOS DE BARADERO CAMPAMENTO II : Zanja del Mercadal y Paraná de las Palmas


Temprano un buque había fondeado en el canal. Su ruido del ancla mas las cadenas rodando contra el casco me hicieron despertar. Un día con sol fuerte pero vientos en contra me esperaba. A los pocos kilómetros de salir, muy cerquita de la costa y cobijados entre juncos y muy pocos arbustos bajos, un rancho colgado de una pedacito de tierra árida, parece a punto de caer. Pasamos despacio y Jimmy me cuenta que años atrás él había pasado remando por sobre toda esa gran isla. Las aguas del Paraná bañan sistemáticamente todo, absolutamente todo. Sus sedimentos forman islas e islotes, bancos de arena, miles de toneladas arrastra desde vaya uno a saber, pero así como también trae, también vuelve a inundar y a modificar. Sólo el hombre, caprichosamente pone sus cosas allí, sabiendo que el Paraná es el dueño de todo.

Entramos en un pequeño brazo que rodea la Isla de Los Laureles. Allí, un rato antes, nos había pasado una lancha de policía con un solo hombre. Me llamo la atención eso, precisamente la única persona. Frente a esa isla se encuentra el puesto de Policía, que amablemente nos atendió cuando fuimos a saludarlo. Único policía que justo había entrado en su turno, único en toda esa área, único para ejercer la autoridad…… a su lado, una escuela hermosa, prolija, cuidada, lista para recibir el año escolar a pleno. Un muelle bien parado que cada marzo espera con ansias la llegada de esos pies de niños isleños que bajan de la lancha que los recoge cada día, y entran corriendo algunos, otros tímidamente despacio, a las aulas, para recibir aquel abrazo esperado, del maestro, consejero, compañero, amigo y tal vez, algunas veces padre/madre. Un trabajo incansable de ellos que vienen de “la ciudad” a dar todo y muchas veces se quedan algunos días en la habitación de la misma escuela.

Nuestro viaje continua. Nos espera a través la isla Dorado y luego, el infierno……el Río Paraná a pleno con viento en contra, fuerte, muy fuerte, que nos castigaría unas horas. Aunque la corriente sea a favor, esta vez, el viento era mucho más, el avance fue muy, muy lento, contra las plantas, buscando el poco reparo que había. Decidimos cruzar el Canal, en donde el Paraná se divide. Las olas de proa hacía que nuestros botes saliesen del agua hasta casi el cockpit. Lindo batido para remar. Un poco de adrenalina viene bien y así lo cruzamos. Al otro lado de la orilla la Provincia de Entre Ríos ahí nomas y a lo lejos, en la ultima curva, cansados, aparece la boca de la zanja de Mercadal. Allí hicimos un alto para tomar unos mates y seguimos.


Este canal tiene dos hermosas y antiguas balisas inclinadas, una colonizada por un conventillo de cotorras y otra, tentadora para espiar la magnitud no solo del canal sino también de la inmensidad de la isla chata que me rodeaba.

Al llegar al Paraná de las Palmas, el alto obligado para armar el 2do. campamento, entre pastos altos, noche clara, con luces rojas y verdes destellando, buques pasando, sus olas inundando casi, hasta la popa de los botes, y entrada la noche, con una visita inesperada. Ya un lugareño nos había advertido de los animales que se acercan a comer las sobras del campamento. Esa noche ruidos de platos desparramados, mesa tirada, sillas corridas, nos levantó de las carpas. Una chancha que luego

nos visitó a la mañana, hacía de las suyas con nuestras cosas. En la oscuridad, y dentro de la carpa, todo es mayor. Sus ruidos en la noche parecían que estaban durmiendo a mi lado. Las corridas de Jimmy espantando a la pobre chancha y mis oídos que no se apagaban para dormir, dio el condimento justo de una noche movida en las costas del río. Un recuerdo y anécdota para contar y recordar.


CAMPAMENTO III; DESDE ZANJA DE MERCADAL HASTA AGUAS ARRIBA DE ALSINA

Amanece. Las cosas desparramadas luego de la visita de la chancha nochera…. Cielo que me anuncia una jornada de calor de febrero, un Paraná suave, amarronado, tranquilo, con el ir y venir al compás de la corriente de las boyas rojas y verdes, prisioneras de su fondeo.

Río Paraná de las Palmas, que guarda tesoros de pobladores. Llegamos a una escuela. El olor a pasto cortado, el ruido a motosierras, niños jugando, hamacas meciéndose, se preparan para las clases. Bajamos tan silenciosos al muelle de madera que la gente no se dio cuenta y sorprendidos, no entendían en que embarcación habíamos arribado. Una mujer orgullosa me enseña a su niña de apenas 4 años que comenzará el jardín este año. Si, esa escuela tiene jardín, primaria y secundaria, me relata. El resto de los niños van apareciendo de a uno, tímidamente. Sus padres están cortando el pasto. Nos acompañan al muelle porque no entendían

en que habíamos venido. Colgados entre las maderas nos despiden, y nosotros felices de haber parado y charlado con ellos, aunque ellos no creían que hacia 3 días que veníamos remando….. y una oración repetida por el policía el día anterior y por ellos también: …“y tanto les gusta….” Y nos miramos cómplices, riéndonos de esta expresión, que ya sonaba en nuestra cabeza.

Luego de la última curva llamada Vuelta de los Patos, entramos al río Baradero. Allí se nos terminaría la sonrisa, la corriente en contra aparece, y nos pone el freno al bote. Pasamos por el camping de Alsina repleto de voces y risas. Continuamos y acampamos en una pequeña pradera con vacas y algunos caballos sueltos por allí. Un paisaje diferente, con pasto como recién cortado y una barranca que nos tentaba para trepar y descubrir los campos de allí arriba.

Tomamos unos mates y pronto nos calzamos para ir a investigar. Una vista increíble, de una isla chata casi infinita y a lo lejos, un brazo del Paraná, serpenteante, marrón, como escondiéndose. Lejos, muy lejos, un punto de alguna arenera trabajando. Para el otro lado un mar de maíz se movía al compas del viento. Un molino y vacas que custodiaban el maizal.

Volvimos cortando por la barranca, haciendo nuestro camino y esa noche recibimos la visita de otro amigo kayakista, Daniel, que compartió la noche estrellada.

CAMPAMENTO IV: DESDE ALCINA A BARADERO

Desde la carpa los primeros rayos de sol entran tímidamente. El ruido lejano del fogón con Dani y Jimmy mateando invita a levantarme. Más allá, el agua trae sonidos de hombres que revisan el trasmallo, voces que se trasladan a través del río.

Tomamos unos mates y volvemos a la barranca, para ver la isla chata en su esplendor, despertándose entre neblinas. Pequeñas telas de arañas en el pasto brillan con las gotas del rocio.



A mitad de camino una sorpresa. La Casona de Arturo Figueroas Salas, hoy escuela agrotécnica modelo se emplaza sobre la barranca altísima, con la vista sobre el rio, la isla plana y al fondo el Río Paraná. Subimos por un camino tapizado de ladrillos puesto de canto y el esplendor me deja sin aliento. Diseñado y construido por Arturo Prins, la galería colonial huele a mateada y descanso. Antiguamente en ese lugar se levantaba la primitiva vivienda que dan origen a “Los Alamos”, hasta que Don Arturo, en 1916 hereda las hectáreas y muere en 1931, dejando todo al Obispado de La Plata para que las generaciones futuras no cometan el error de subdividirlas y, según su testamento “pueda proporcionar al país hombres útiles”. Es así como la estancia se transforma en escuela agrotécnica modelo, hoy albergando alumnos que aprenden los oficios de la tierra.

Bajo la barranca, maravillada no sólo de la construcción, sino del trabajo que realizan con los alumnos contado en boca de Daniel, maestro de Baradero y con su hijo estudiando allí. Uno se imagina esos años 20, con toda la paisanada en producción, ruidos tempraneros a maquinarias, caballos, ruedas, botas de campo, puertas macizas que se abren, y alguna que otra criada entrando a la pequeña capilla ubicada al borde de la barranca. Historias que hicieron a nuestro país, con apellidos que engalanan algunas calles olvidadas.

El bote continua cortando las aguas en contra del río, esquivando algunas líneas de pescadores, parando a comer un rico asadito con Max, y llegando al fin, al bullicio de Baradero. Un “vueltin” por los pagos de Baradero, que me carga el corazón de nuevas historias y las guardo como tesoros dentro de mi mente.

Hasta la próxima aventura!!!!

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